El último septiembre…
Por fin me inicio con una de las escritoras de la narrativa en lengua inglesa más reconocidas, la irlandesa Elizabeth Bowen. Lo hago con su segunda novela, El último septiembre, que escribió en 1928 aunque no publicó hasta un año después. Tenía ganas de adentrarme en una trama de época y, la verdad, es que durante unas semanas he estado descubriendo los entresijos y banalidades de los habitantes de la mansión Danielstown, el espacio donde se desarrolla la acción de esta historia publicada por Acantilado.
Porque es este escenario, el de la mansión Danielstown, el que sumerge al lector en un mundo aparte, una burbuja en la que habitan todos los personajes que pueblan la novela, que parecen totalmente ajenos a lo que se cuece en el mundo exterior. Y es que Elizabeth Bowen sitúa la acción en 1920 cuando tienen lugar los denominados disturbios, en plena Guerra de la independencia que enfrenta a los irlandeses que luchaban por la libertad y las tropas británicas acuarteladas en el territorio. Poco a poco todo se irá encrudeciendo hasta desembocar en una guerra civil que tuvo lugar poco después, tras el Tratado de 1922.
En Danielstown descubrimos a una familia anglo irlandesa, Richard y Francie Naylor, y a su sobrina, Lois Falquar. Junto a ellos desfilaran un gran elenco de personajes como los Montmorency, el primo Laurence o Gerald, el pretendiente de Lois. Pero…¿cuál es el argumento de esta novela? ¿Qué ocurre en esta historia ambientada en plena campiña de la clase terrateniente irlandesa? Elizabeth Bowen elabora un fresco de la vida de estas familias acomodadas justo en las etapas previas al enrarecimiento de esos conflictos que acabaran con gran parte de estas suntuosas mansiones, quemadas muchas de ellas por los militantes irlandeses. En este espacio, los Naylor recibirán invitados, charlaran animadamente y parecerán vivir en otro mundo paralelo.
Ajenos al tenso ambiente de fuera, los Naylor y los Montmorency continúan con su vida dentro de las paredes de Danielstown entre tennies parties, bailes, lecturas y charlas cotidianas donde, generalmente, los disturbios suelen comentarse a la ligera para, a continuación, dar paso a temas mucho menos comprometidos y algo más frívolos. Esa será su vida hasta la llegada del nuevo otoño y, con él, del último mes de septiembre que vivirán tranquilos dentro de esa suntuosa mansión. Y es que, según va avanzando la novela, el lector descubrirá cómo los acontecimientos externos se van acelerando y traerán también consecuencias para los personajes.
«- No creo recordar veladas tan…tan tranquilas como las de aquí – observó Francie.
– Los árboles – dijo Laurence, cambiando la pipa de lado. La pechera de su camisa se encontraba claramente por encima de ellos, y él se hallaba cerca de la puerta, con el pie sobre el limpiabarros.
– Mañana, a esta hora- observó lady Naylor-, todos tendremos ganas de estar tranquilos, después de la fiesta. – Dejó escapar un suspiro que flotó en el silencio, como un soplo suspendido en el aire frío.
– ¡Ah!, sí, la fiesta. Todas esas gentes vienen a jugar al tenis.
– Francie, ¿te he dicho quién va a venir?
– Sí, lo has dicho- intervino Laurence- yo te he oído.
– Son los que no juegan quienes hacen que todo resulte tan cansado».
La trivialidad de las conversaciones que se desarrollan a lo largo de la novela contrasta con la época en la que sucede la acción y nos da una idea de hasta qué punto resulta tan importante el escenario, esa impresionante mansión Danielstown, un símbolo de los antepasados de esta familia anglo-irlandesa, el vínculo que les une con otro tiempo. Tras ese último otoño ya nada volverá a ser igual pero, mientras tanto, todos viven felices y continúan con el ajetreo propio del día a día. Habrá tiempo para chismorreos y conversaciones intrascendentes, para veladas y bailes nocturnos, y para historias de amor como la de Lois y Gerald. ¿Conseguirán ser felices?
Pero lo que le da una atmósfera especial y una magia a todo lo que acontece en esta novela es el gran poder descriptivo que despliega su autora. El último septiembre destaca por contar con unos detallados pasajes donde Elizabeth Bowen nos va mostrando ambientes y personajes de una manera casi cinematográfica. Paseamos con ellos, conocemos sus gestos, sus comportamientos, sus vestimentas, sus acciones pero, sobre todo, los objetos, escenarios y naturaleza que les rodean. Y la atmósfera de esa naturaleza parece avisarnos de los malos presagios…
«Lois regresaba del huerto por el sendero de los arbustos, como sobresaltada por la vivacidad de su propio paso, con el rostro ruborizado y visiblemente sin aliento. Su rebeca rosa desabotonada se le deslizaba sobre los hombros y llevaba las manos metidas en los bolsillos como si tuviera miedo de perderlas. El sombrero, doblado hacia atrás, se elevaba sorprendido sobre su rostro, como una ola. Detrás de ella, los arbustos se agitaban en un retroceso casi visible».
Si bien, a veces, la trama puede hacerse algo lenta por la poca contextualización de las alusiones históricas, lo cierto es que El último septiembre es una historia que no te deja indiferente. Elizabeth Bowen nos introduce de lleno en aquellos complejos años 20 y lo hace ofreciéndonos una minuciosa panorámica de la vida de las familias anglo irlandesas de la época. No hay detalle que se le escape y, al mismo tiempo, esa capacidad descriptiva deja también cierto halo de misterio e intriga que nos hace intuir que algo malo está por llegar. Recomiendo adentrarse en Danielstown y no dejar de leer El último septiembre hasta las últimas páginas. Y es que el broche de oro, la descripción de ese otoño especial en sus páginas finales, está narrado con una prosa especialmente bella.
A destacar: Bowen pinta con palabras los ambientes de la novela. Gracias a sus detalladas descripciones, el lector creerá vivir en la mansión Danielstown.
Título: El último septiembre
Autor: Elizabeth Bowen
Editorial: Acantilado
Páginas: 336
Precio: 22 €
Valoración:
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