El comensal, brutal relato sobre la muerte
Escribir sobre la muerte en la ficción tiene que resultar difícil. Escribir sobre la muerte y que ésta haya sido real, todavía tiene que serlo mucho más. La muerte siempre es un tema tabú, algo que si no nos ha tocado de cerca parece resultar lejano y ajeno, cuando tarde o temprano a todos nos implica. La muerte de un ser querido cercano siempre es dolorosa, siempre trastoca nuestro orden vital. Pero quizás es mucho más difícil ponerse en el lugar de alguien que ha vivido una muerte violenta e inesperada. Al abuelo de Gabriela Ybarra lo asesinó ETA en 1977 y este hecho marcó la vida de toda su familia, aunque ella todavía no había nacido. Pero será el fallecimiento de su madre a causa de un cáncer en 2011 lo que le hará conectar ambos sucesos y relatar, a modo de reconstrucción casi autobiográfica, aquellas dolorosas anécdotas que marcaron ambas muertes. Así surge El comensal, una ópera prima que publicó hace unos meses la editorial Caballo de Troya y que me ha removido un montón de sensaciones en apenas algo más de 150 páginas.
Gabriela Ybarra reconstruye el trágico asesinato de su abuelo a manos de ETA mediante los recuerdos de su familia, intercalando en el relato recortes de periódico y menciones que la prensa hizo sobre este suceso. Todos estos elementos toman forma narrativa gracias a una voz potente y sincera pero nada estridente, una voz cuya intensidad radica en la sencillez con la que describe un hecho tan brutal y cercano, que ella no vivió en sus carnes porque no había nacido pero que dejó una huella imborrable en toda su familia. La violenta muerte de su abuelo volverá a estar aún más presente cuando a Gabriela le toque vivir muy de cerca otra pérdida, la de su madre, que fallecerá en 2011 tras seis meses luchando contra el cáncer.
En este sentido, la primera parte de El comensal nos traslada a los años 70, cuando ETA secuestró a su abuelo paterno, el empresario Javier de Ybarra. En el relato se nos describe cómo unos encapuchados entran en la casa familiar en Bilbao, la entereza y tranquilidad de su abuelo al ser secuestrado y el fervor religioso que caracterizará a gran parte de sus familiares, los cuales intentarán por todos los medios conseguir el dinero que les pedirán los terroristas para su rescate. Mediante una prosa directa y ligera, la autora huye del victimismo y del odio hacia los terroristas para centrarse en el hecho, narrarlo con sosiego y llevarnos hasta las consecuencias que éste suceso generó en toda su familia, hasta el lamentable final.
«Mi padre se despertó al sentir algo frío rozándole la pierna. Abrió los ojos y se encontró a un hombre levantando su sábana con el cañón de su arma. Al fondo de la habitación, una mujer repetía que estuviera tranquilo, que nadie le iba a hacer daño. Después la chica avanzó despacio hasta la cama, agarró sus muñecas y las esposó al cabecero. El hombre y la mujer salieron del cuarto, dejando a mi padre solo, maniatado, con el torso descubierto y la cabeza girada hacia arriba».
Ya en la segunda parte, Gabriela nos habla de su madre, del momento en que ésta le llamó para decirle: «Gabriela, tengo cáncer, pero no es nada». Por aquel entonces la autora vivía y trabajaba en Nueva York y fue hasta allí donde se desplazó su madre, en 2011, para recibir tratamiento en el hospital Memorial Sloan Kettering. A lo largo de estas páginas, el lector asiste al duro proceso que supone una enfermedad en un ser querido, a los altibajos, las esperanzas y las falsas esperanzas, la sensación de que esa persona se marcha sin que tú puedas hacer nada por evitarlo. Un año después, Gabriela seguirá intentando reorganizar su vida sin su madre, volverá a las frías salas de espera mientras escribe en un cuaderno sobre los pacientes o familiares que allí ve, rememorará lo que ella compartió con su madre, los seis meses que lo cambiaron todo y la llevaron a desahogarse escribiendo El comensal, vinculando el fallecimiento de su madre con aquel otro episodio, el del secuestro y el posterior asesinato de su abuelo.
«Mi madre no tardó en empezar a esconder su enfermedad. Cuando paseábamos por Manhattan en los días que no tenía consulta, ella trataba siempre de caminar más deprisa que yo. Si le decía que necesitaba parar para descansar, ella me incitaba a seguir. No creo que lo hiciera de forma consciente. Si alguien le hubiera preguntado que si tenía cáncer, hubiera contestado que sí. Sin embargo, cada vez que alguien decía: «¿Qué tal estás?», ella siempre respondía: «Fenomenal». Daba igual que aquella mañana la hubiera pasado vomitando en el baño o que se acabara de quedar estéril tras la radioterapia. Su reacción frente a la enfermedad fue la resistencia. Aquí no pasa nada. Eso no me mata. Mirad cómo me encuentro de bien. Yo me lo creía a ratos».
La lectura de El comensal me ha conmovido gracias a la desnudez con la que Gabriela Ybarra nos relata dos sucesos que han marcado su vida. La muerte de un ser querido, el duelo y vacío que ello provoca se hacen aún más palpables y cercanos gracias a la certeza de palabra escrita, indeleble. Un relato que ahonda en las anécdotas de la enfermedad de la madre y en cómo vivieron este proceso. La palabra «cáncer» se visibiliza con los detalles que Gabriela describe sobre su madre: cómo ese cáncer le afectaba, cómo luchaba y cómo, desgraciadamente, al final le ganó la batalla. Sinceridad también para introducirnos en la intimidad de la autora, en el estado de ánimo y en las consecuencias que la enfermedad y el duelo generaron en ella, que acabó trasladándose a Madrid. Y todo ello enlazado e intercalado magníficamente con un episodio aún más brutal: el secuestro, la tortura y el asesinato injustificado por unos ideales.
En definitiva, la ópera prima de Gabriela Ybarra construye, desde una prosa limpia y certera, un sincero relato sobre la muerte y el duelo. Una breve novela autobiográfica que se aleja del victimismo y no se recrea en el dramatismo sino que se centra en la necesidad que la autora tiene de sacar aquellos duros hechos que vivió, de utilizar la palabra para desahogarse mostrándonos de primera mano, sin tabúes, como puede trastocar nuestra vida el que tu madre fallezca a los seis meses de cáncer o que, además, tu abuelo fuera una de las primeras víctimas de ETA en plena democracia.
A destacar: La naturalidad y sencillez con la que Ybarra visibiliza el cáncer que padeció su madre.
Autor: Gabriela Ybarra
Editorial: Caballo de Troya
Páginas: 171
Precio: 15,90 €
Valoración:
Gracias a Caballo de Troya por el envío del ejemplar.
Tengo muchas ganas de leer este libro, aunque he visto una reseña que me ha hecho dudar, más que dudar igual lo que hizo es ajustar un poco mis expectativas, que tampoco viene mal. En cualquier caso la sensación que tengo es que estamos ante una buena primera novela, y que habrá que seguir de cerca a la autora.
Un abrazo
Muy buena primera novela, y abordar la muerte desde dos perspectivas diferentes (y tan duras) sin entrar en el victimismo, es para alabar. Un abrazo 😉
Sinceramente, a mí me decepcionó mucho este libro, de hecho no me gustó nada, me pareció una narración sin alma, sin fuerza y, sobre todo, muy mal escrito…Me temo que la popularidad que ha alcanzado se debe más al tema que trata (el del terrorismo etarra, que sigue vendiendo mucho en este país) que a sus verdaderas dotes literarias, prácticamente inexistentes (ya que se asemeja más a una crónica periodística que a un relato literario). Hay una novela que trata el mismo tema del duelo y que es, a mi juicio, todo lo contrario: «La pertenencia» (la autora se llama Gema Nieto y también es una chica muy joven). Me pareció brillante. Lírica, honesta, valiente y conmovedora. Trata infinidad de motivos con un manejo sobresaliente del estilo: el dolor de una familia rota, el descubrimiento del amor… todo contado de manera bellísima. Impresionante, de verdad, de lo mejor que he leído últimamente, me ha marcado. Viene avalada además por Belén Gopegui y Alberto Olmos. Desde que la devoré la recomiendo encarecidamente a todo el que puedo, así que aquí dejo mi apunte, que espero que no caiga en saco roto porque de verdad es un libro que vale la pena. Un saludo.